Colombia jamás se convertirá en otra Venezuela ¿Por qué?



"Un fantasma recorre Colombia: el fantasma del castrochavismo. Todas las fuerzas de la vieja Colombia se han unido en santa cruzada para acosar este fantasma: el uribismo, los fundamentalistas cristianos, la derecha, y algunos sectores de centro." Si existiera un "Manifiesto del Partido Castrochavista" de seguro iniciaría con estas palabras. Pero no existe. Ni existirá. El castrochavismo no es un proyecto político, ni una ideología, y mucho menos, un metarrelato. Es una falacia (o quizás un fantasma) utilizada por sectores conservadores, de centro y derecha para advertir a los colombianos sobre un peligro que no existe. Y ese peligro es que Colombia se convierta en otra Venezuela. La falacia del castrochavismo, un término acuñado por el uribismo, ha sido usado para persuadir a los colombianos de que no votaran por Juan Manuel Santos en las elecciones del 2014, para que no aprobaran los Acuerdos de Paz con las FARC en el 2016, y más recientemente, para que no voten por Gustavo Petro en las elecciones del 2018. En pocas palabras, la victoria de cualquiera de estas opciones habría de conducir a que Colombia replicara el desafortunado precedente de la vecina Venezuela. 

La falacia del castrochavismo parte de un absurdo: que un país puede convertirse en otro. Es imposible. Jamás desde la formación de los estados-nacionales en la Europa moderna un país ha tirado por la borda su propio devenir histórico para convertirse en otro. Desde el momento en que se desmoronó la Gran Colombia en 1831, Colombia y Venezuela emprendieron rumbos distintos. A pesar de los lazos históricos compartidos, cada país tuvo sus propios derroteros, con encuentros y divergencias. Absurdo sería desconocer los designios del tiempo y asumir que después de casi dos siglos de andar por caminos distintos uno de los dos países se habrá de convertir en el reflejo del otro. 

La falacia del castrochavismo se alimenta de otra idea no menos absurda: que toda forma de izquierda, experimento de reforma social, o ideología progresista conduciría a Colombia al callejón sin salida en el que hoy se encuentra Venezuela, como si la formula mágica para entender el problema de vecino país se limite al ascenso del chavismo y la Revolución Bolivariana. La crisis económica del Venezuela tiene hondas raíces históricas que se remontan a inicios del siglo pasado. A diferencia de Colombia, que se esmeró por tener una economía diversificada para no depender de los precios fluctuantes del café, Venezuela mantuvo todos los huevos en una sola canasta. Para 1930, Venezuela era el primer exportador mundial de petroleo, y su economía se basaba casi exclusivamente en sus réditos. Para los años 50, la agricultura representaba tan solo una décima parte de su economía. Por tal motivo, pasó a depender de las importaciones pagadas con las ganancias del petroleo. Pero con cada descalabro en los precios del crudo, Venezuela sufría desabastecimiento. La crisis que hoy sufren los venezolanos es fruto de un problema estructural no resuelto por el chavismo, ni por sus antecesores de izquierda, derecha, o centro. En los años 80, Venezuela vivió también tiempos difíciles debido a las bajas del petroleo: desabastecimiento, inflación, crisis institucional, y problemas de orden público. Todavía perdura en la memoria el Caracazo de 1989, un alzamiento popular en contra de la crisis generada por la caída de los precios del petroleo y las reformas económicas del gobierno de Carlos Andrés Pérez. Cientos de venezolanos fueron masacrados en las calles de Caracas por la policía y el ejercito. 

El chavismo hizo poco para remediar ese problema estructural, y hoy Venezuela sufre los síntomas de una enfermedad que surgió mucho antes. Algunos le llaman la "enfermedad holandesa". Venezuela ha pasado ya por tres episodios distintos desde 1929. Colombia, con una economía más diversificada que la venezolana, con recursos agrícolas superiores, capaz de abastecer a su población sin extralimitarse en las importaciones, no ha experimentado problemas de esa índole. Petro, acusado de simpatizar con el modelo castrochavista, ha propuesto incentivar la diversidad de la economía colombiana para no depender de ningún modo de los hidrocarburos. Ha dicho inclusive que prohibiría el "fracking", el cuestionado método de extracción de petroleo que promete multiplicar la producción, a costa de problemas medioambientales.

Finalmente, hay que decir que la falacia del castrochavismo desconoce que el peor de los escenarios posibles no es que Colombia se convierta en otro país, sino que siga siendo el mismo país de siempre. En su abrumadora ingenuidad los colombianos creen que viven en un país ejemplar. Mientras ellos temen que Colombia se convierta en Venezuela, otros temen convertirse en Colombia. En México ya se habla de la "colombianización" del conflicto para referirse al escalamiento de la violencia de los carteles de droga. No es para menos. Colombia es uno de los países más violentos del mundo, aún considerando el descenso en el número de homicidios desde la firma de los Acuerdos de Paz. Hoy, los seguidores de un candidato en la contienda electoral por la presidencia promete hacer trizas los Acuerdos. La victoria de Iván Duque sería la victoria de un modelo de solución de los conflictos sociales a través del uso sistemático de la violencia. Un modelo que demostró sus flaquezas con los falsos positivos, las numerosas ejecuciones extrajudiciales, y el surgimiento de las BACRIM. Una victoria de Duque significa congelar los esfuerzos por las fuerzas progresistas del país de poner a marchar a Colombia por una senda de unidad, reconciliación y justicia social. En este momento, lo peor que le puede pasar a Colombia es seguir siendo Colombia. 

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