Muchos pasos después de la carrera 0: palabras sobre la cara oculta de Bogotá


7 ocasiones distintas, siete visitas con propósitos similares, y todas en conjunto suman un poco mas de cinco meses. Habiendo sido en todos los casos, sin excepción alguna, viajes con fines políticos, académicos y laborales, jamas tuve chance de aventurarme a conocer Bogotá. Pude haber contado con tiempo de sobra en algunas ocasiones, pero siempre la apatía, la pereza y el desgano me lo impedían. Pero es probable que dentro de todos los impedimentos, uno en particular fuera el determinante final de mi aptitud: el miedo; el miedo a la ciudad malograda, el miedo a perderme entre los laberintos urbanos, el miedo a la selva de concreto, al bogotano en cualquiera de sus expresiones, al "ñero", al "iguazo", al infortunio del provinciano en una metrópoli del "Tercer Mundo", en pocas palabras, el miedo a enfrentarme a la ciudad desconocida. Victima de mis propios temores, alimentados por la experiencia pasiva, por lo rumores, los comentarios, y las historias sin protagonista alguno, me negué a conocer la ciudad.



Un par de veces, armado con un mapa, de la mano de un acompañante, y/o preguntando de esquina en esquina, me aventuré a conocer un poco mas allá de mis rutas habituales de circulación. Mas temprano que tarde retornaba al lugar casual, al hábitat temporal, y en el mejor de los casos, al escenario universal del habitante urbano en Latinoamerica: el centro comercial. Allí aprendí a consumir las horas, pegado de vitrinas repletas de accesorios que no podía comprar, viendo a la gente ir y venir, a los niños correr, a las parejas marchar tomadas de la mano, en una soledad absoluta, en un lugar des-humanizado que solo existe en función de los billetes que reposaban en los bolsillos de los visitantes, y que en los míos, brillaban por su ausencia.



La Candelaria, el centro histórico de la ciudad, era una alternativa menos frívola. El patrimonio histórico bien conservado, los edificios en los que residía, y había residido, el poder político del país, y las calles en donde habían transcurrido episodios centrales de la historia nacional. Pero después de la segunda ocasión en que visitaba la capital, y sobre todo en la ultima, el centro perdía su gracia. Los mismos edificios, las mismas calles, los mismos ritmos; era como ver una ciudad bonita, pero recreada en un lienzo enorme. Los días de semana permanecía abarrotada de estudiantes universitarios y ciudadanos del común , pero al llegar el fin de semana el centro perdía vida. Dicha espacio de la urbe parecía echarse a dormir, para luego despertar con el inicio de la semana laboral. La ciudad me resultaba artificial, elaborada y fingida.



Mi salud emocional peligraba en los últimos días de mi ultimo viaje. Cansado de los ritmos fríos y catatónicos del centro histórico, había optado por el auto encierro consciente. Los días transcurrían lentos y sin gracia, y el aburrimiento terminaba por consumir lo ultimo que me restaba de cordura. Pero una mañana, sin que mediara premeditación alguna, me revelé en contra mis temores y me aventuré a conocer la ciudad. Comence a subir hacia la zona mas alta de La Candelaria, y hacia los cerros que coronaban la ciudad. Cuadra tras cuadra, el paisaje se iba tornando menos artificial y mas humano. Las casas estaban mas al natural, y advertian el paso real de años, y las calles eran mas modestas, y dificilmente podia verse un automovil en ellas. De repente, y casi sin que pudiera advertirlo, la nomenclatura cambió. Llego a 0, y de alli adelante inició otra que arrancaba en la Carrera 1 Este.


Finalmente llegué a la Avenida Circunvalar, la misma que bordeaba los cerros y que conducia a los limites de Bogotá. Despues de allí, me sentí en otro rincón de la ciudad, y en cierto modo, era asi. El escenario que veia me hacia recordar la imagen de la Bogotá de los sectores populares, la misma que solo conocia a través de las pantallas de la Tv. Lo cierto es que por primera vez en semanas, sentí la calidez del barrio: las personas circulando permanentemente, los niños y los viejos compartiendo un mismo lugar, la tienda, las ventas al por menor, los atuendos casuales, vecinos gastando las horas conversando entre si, y lo que jamas imaginé ver en Bogotá, hombres apostados en una esquina, matando el desosiego a punta de cerveza. Era como estar en casa una vez mas.


Seguí caminando y avanzando sobre la nueva nomenclatura, hasta llegar a la Carrera Cuarta Este. Atrás habia quedado el centro historico, y el barrio que aparecia frente a mi lucia mas como uno de aquellos barrios de invasión pegados en los cerros y conquistados en las largas luchas por el derecho a la vivienda en la Bogotá de los años 60 y 70. Alli terminó mi travesia; vencido por el cansancio, el hambre, el ahogo, el dolor en las piernas, y sin que me atreviera a reconocerlo, los rezagos del temor a la ciudad.


Tiempo despues me pusé en la tarea de ubicar los barrios que habia recorrido, con el animo de colocarle nombres a la nueva cara de la ciudad que habia conocido. Supe que habia iniciado la ruta en La Candelaria, que habia llegado al barrio Egipto (el antiguo barrio de indios y mestizos de la Bogotá colonial), al barrio Lourdes, que estuve a un par de cuadras de Los Laches, y que finalmente descendí por el barrio Belén. Dias despues, y antes de retornar a mi ciudad natal, comenté mi travesia. Las escasas referencias que tuve, vinieron acompañadas de regaños y llamados de atención por haberme lanzado sobre algunos de los rincones mas peligrosos del centro de la ciudad. Y aunque reconozco que no fue una determinación inteligente, debo decir que en tan solo 45 minutos, con la mente abierta y desprovisto de miedos, prejuicios y prevenciones, pude conocer mas de Bogotá que en todas las ocasiones en las que mi destino que habia obligado a visitarla.

Comentarios

  1. siempre me resulta interesante y divertido el conocer una nueva ciudad. me encanta conocer su historia, cultura, sentir incluso la fascinación mas extraña y poco común: conocer los cementerios.

    Bogotá no se escapa de este encanto. Conocerla me dio para ver que no solo es hermosa, sino atractiva. Ver mas allá del barrio la Candelaria fue lo que motivo mis travesías por esa ciudad. el miedo no sirvió como excusa para quedarme encerrada, sino como un patrón de olvido. Al no saber a que peligro me enfrentaba me dio el impulso de conocer y disfrutar mas a fondo cualquier lugar, con total confianza. Se que muchos eran peligroso, pero la aventura valía la pena.

    Que bueno que hallas conocido esos maravillosos barrios y sobretodo, de liberarte de aquellos conflictos internos que solo los prejuicios y miedos le permiten recrear a la mente una serie de negatividad.

    me encanto la pequeña crónica.

    un enorme beso

    ATT:

    SEILA RODRIGUEZ.

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  2. Gracias por tu comentario. De esto se trata precisamente, de liberarse de los miedos, de los prejuicios y las prevenciones, para que podamos vivir la ciudad. No olvidemos que en muchas ocasiones el "miedo" se construye artificialmente, con tal de obligar a que el ciudadano renuncie a la ciudad, para que asi alguien mas se pueda apropiar de ella.

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