La efervescencia de nuestra indignación



A Ruby Esperanza Barbosa la encontraron muerta una mañana del pasado mes de octubre. Había desaparecido días atrás sin dejar rastro alguno. Tan solo tenía 5 años. La noticia causó estupor entre los habitantes de Algecira, un pequeño pueblo del Huila. Los medios registraron la noticia, pero como suele suceder en Colombia, los días dispersaron el horror, y el dolor por su muerte solo quedó vivo entre sus allegados. 

El caso de Yuliana Samboni no es menos espantoso. Pero su muerte si se ganó un prominente lugar en las portadas de la prensa nacional y en los titulares de los noticieros más importantes. Este suceso era en apariencia distinto: la calidad social del sospechoso, la extracción humilde de la victima, y que algunos apartes del crimen hubiesen sido captados por las cámaras. Tan solo eso bastó para que el trágico final de Yuliana se ganara el repudio nacional que no tuvo el de Ruby Esperanza. 

La sensasionalidad del caso despertó la indignación de todo el país y son muchos los que claman justicia, y muchos inclusive ya ponen sobre el tapete la posibilidad de restablecer la pena de muerte para ajusticiar al responsable. Lo lamentable es que es probable que vuelva a obrar en los colombianos la indignación efervescente que nos caracteriza, y que pasemos la página como hemos aprendido a hacerlo para convivir con la realidad de una sociedad violenta que mata a sus niños, empala a sus mujeres, y masacra a sus líderes sociales. 

Casos como el de Yuliana han ocurrido antes, y desafortunadamente volverán a ocurrir, porque hemos demostrado ser incapaces de entender que esta sociedad está enferma, que esta no es la obra exclusiva de un desalmado cocainomano, sino del orden patriarcal y misógino en el que habitamos y cuya existencia rara vez cuestionamos. Según un informe de Medicina Legal revelado el pasado octubre, todos los días en el país 21 niñas son victimas de abuso sexual. 

La condena de Rafael Uribe debe ser ejemplar indudablemente. Pero no podemos olvidar que como él hay muchos, que están entre nosotros, y que la sociedad enferma que todos hemos forjado los alienta. 

Comentarios

  1. Es un tema que nos coloca en cuestión, lo mismo que al descubrir hechos tras la intervención de la temida L del Bronx en Bogotá, con lo cual se visibilizaron macabras prácticas de tortura, prostitución infantil y tráfico de cualquier cosa que produjera dinero.Quizá la mayoría preferimos pensar o no conocer que esas cosas suceden, preferimos pensar que hay un mundo ideal que se suple con la cotidianidad y se compra cuando el poder adquisitivo lo permite-sea un Mercedes Benz o un pase de cocaína-...
    Preferimos pensar que esto sólo sucede en las películas y que está lejos de nuestra realidad.Pero es mentira!.La violencia, en general y en especial, contra las mujeres se incrementa cada día de múltiples formas, desde las más sutiles hasta las más crudas como lo ha sido el doloroso caso de Yuliana, eso es lo realmente preocupante. Es un verdadero genocidio hacia nosotras como diría Marcela Lagarde-y yo agregaría, un genocidio silencioso y cómplice-. Nos matan con más frecuencia y frente a ello no hay medidas contundentes. Al contrario, se disfraza discursivamente el hecho y se proclama un repudio hipócrita que se va desvaneciendo con el paso de los días y luego se repite el ciclo, porque parece haberse convertido en eso: en un ciclo que va mutando monstruosamente.
    Altamente presentista-como siempre he dicho que somos la sociedad colombiana- parecemos amar el amarillismo- y ahora, a costa de las mujeres-.Terrible.

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