La paz después de la paz



Ayer un par de delincuentes motorizados le cegaron la vida a tres uniformados que hacían labores de rutina en las calles de Cartagena. Uno de ellos era tan solo un Auxiliar Bachiller que no tuvo ni la oportunidad ni los medios para defenderse. Años atrás, el mejor destino para quien debiera prestar el servicio militar era prestarlo como Auxiliar Bachiller. El peor de todos era ser enviado al monte a combatir la guerrilla. Era como una sentencia de muerte. Hoy, cuando la firma de un acuerdo definitivo con las FARC avanza a paso lento pero seguro, pareciera ser todo lo contrario. Tras la consecución de la paz, el flagelo de la violencia pasará de las montañas y selvas a los centros urbanos, y dejará de ser ese fenómeno tan natural, pero ajeno, que solo parecía afectar a la gente del campo. En Colombia, la violencia  no es solo un asunto de rebeldes alzados en armas y guiados por un ideal. Se manifiesta a través de múltiples formas. Hoy la delincuencia común cobra muchas mas victimas que el conflicto armado. Y es que la violencia en Colombia es un problema estructural que requiere de soluciones estructurales. Si no se corrigen las causas que le dieron origen al conflicto armado, la violencia mutará a otras formas mas letales y mas difíciles de controlar. Se correría el riesgo de repetir la historia de los países centroamericanos, que acordaron el fin de sus guerras civiles, tan solo para convertirse en los países mas violentos del hemisferio occidental por cuenta de la delincuencia común. La desigualdad, el nepotismo, y la plutocracia, las que fueran las causas de su violencia política, siguieron vigentes tras la firma de la paz, y terminaron sembrando mas violencia. No importa si la paz con las FARC se acuerda en marzo, en abril, o antes de la Navidad. Si no nos disponemos a rehacer este país, seguiremos llorando nuestros muertos como lo hemos venido haciendo desde siempre. 

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