Nelson Mandela y la doble moral de Uribe



Cuando Nelson Mandela murió en el 2013, Alvaro Uribe se apresuró a lamentar su partida. Lo reivindicó como el justo defensor de las mayorías sudafricanas, y destacó que en su lucha jamas cometió las barbaries perpetradas por el narcoterrorismo colombiano. Irónicamente, los calificativos que hoy Uribe utiliza en contra de los guerrilleros que negocian la paz con el estado colombiano son bastante similares a los que algunas vez le dedicaron a  Mandela sus opositores cuando se sentó a negociar el fin del Apartheid. 

La imagen que se tenía de Mandela en sus últimos años era la de un viejo cansado, de hablar calmado y de andar parsimonioso. Tal imagen distaba bastante de la de aquel enérgico combatiente que reivindicó la violencia como un recurso para defender su causa. Durante los años 50, Mandela era un ávido lector de literatura insurgente, y tenía lazos con organizaciones comunistas clandestinas con las cuales planeó y ejecutó actos de sabotaje en contra de instalaciones militares, plantas de energía y sistemas de transporte, siempre procurando evitar al máximo la perdida de vidas humanas. Consideraba en ese entonces que de fracasar este recurso, debían seguir el ejemplo de revolucionarios en Cuba y China, y emprender una guerra de guerrillas en contra del gobierno supremacista blanco de Sudáfrica. Mandela llego a recibir entrenamiento militar en tácticas guerrilleras. Pero antes de que pudiera poner en práctica lo aprendido, fue preso, y preso estuvo por mas de 25 años. 

Pero la lucha continuó. Sus camaradas del Congreso Nacional Africano recrudecieron las acciones directas en contra del estado sudafricano con el tiempo. Muchas de ellas, resultaron en numerosas bajas civiles. En 1983, una unidad del Umkhonto we Sizwe, el brazo militar del partido y que Mandela había co-fundado en 1961, colocó un carro-bomba en una céntrica calle de Pretoria, el cual tenía por objetivo un edificio de la Fuerza Aérea Sudafricana. La bomba explotó 10 minutos antes de lo esperado, acabando con la vida de los dos perpetradores, y de muchos civiles que a esa hora transitaban por el sitio.

Cuando iniciaron los diálogos de paz, sus opositores acusaron a Mandela y a sus co-partidarios de haber sido terroristas sanguinarios y sin escrúpulos, que sembraron los campos con minas anti-persona, y las calles de carros-bomba. El Umkhonto we Sizwe ciertamente tenía en su haber la muerte de decenas de vidas inocentes. Junto a las numerosos asesinatos cometidos por el estado sudafricano, y que doblaban a leguas las de la resistencia anti-apartheid, estas muertes eran el testimonio de una guerra sin cuartel de mas de 40 años. A pesar de las heridas dejadas por el conflicto, la sociedad sudafricana optó por la paz. Se creó así la Comisión de la Verdad y la Reconciliación para guiar el proceso de justicia restaurativa, y garantizar la no-repetición y el establecimiento de una democracia plena e inclusiva. En audiencias, que fueron transmitidas por radio para millones de sudafricanos, los victimarios fueron forzados a confrontar a sus victimas e implorarles perdón. La amnistía le fue prometida a cualquiera que se sumara al proceso, y cuyos crímenes respondieran a motivaciones políticas. Tras varios años de arduo trabajo, el conflicto se resolvió finalmente. La experiencia sudafricana se convirtió en un modelo a seguir, y ha influenciado muchas otras, incluyendo la colombiana. 

Es probable que Alvaro Uribe esté bien al tanto de la historia sudafricana, y que quizás haya decidido omitir estos detalles dada la incuestionable fama de Nelson Mandela. Es probable que también este al tanto de su propia historia y de su respaldo a inicios de los 90 al proceso de paz con el M-19, a cuyos ex-militantes tildó de "guerrilleros vestidos de civil" años después. Quizás prefirió omitir ciertos detalles de la historia nacional cuando siendo presidente nombró a Rosemberg Pabon, un ex-guerrillero del M-19 y quien había comandado la toma de la Embajada de República Dominicana en 1980, como su director del Departamento Administrativo de Economía Solidaria. Quizás ignoró algunos otros cuando nombró a Everth Bustamante, otro ex-guerrillero del M-19, como director de Coldeportes. O quizás, Alvaro Uribe tan solo goza de una doble moral que le permite juzgar la historia según su conveniencia y sus desvaríos inoportunos. La pregunta clave es, si el mismo Uribe ha sido capaz de dejar a un lado su repulsión natural contra los guerrilleros en cualquiera de sus formas, ¿porque los colombianos no procuran hacer lo mismo por el bien de la paz? 

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