La batalla de San Diego: ¿otra derrota?



Cuando estudiaba en la Universidad de Cartagena, la plazita de San Diego era el punto de encuentro de muchos de sus estudiantes. Aunque no solía frecuentarla, pude ver de vez en cuando como cada noche de lunes a sábado ellos se tomaban la plaza para departir, beberse una caja de vino barato, una cerveza a precio de tienda, y enderezar el mundo a punta de parla. No la frecuenté lo suficiente para ver con mis propios ojos sus esfuerzos constantes por defender su espacio, por impedir que las mesas de los restaurantes cercanos se apoderaran de la plaza y terminaran por desplazarlos. En una de las tantas batallas de esta guerra por el derecho a la ciudad, los estudiantes armados con un arsenal de rebeldía y argumentos vencieron una y otra vez. 

Pero en mi último paso por la plazita de San Diego, en un sábado por la noche, pude ver cuanto había cambiado en tan poco tiempo. En vez de estudiantes, casi que solo podía ver turistas, vestido en ropas elegantes, como siempre poco acorde con el calor de estos días de verano. Los restaurantes habían ganado territorio, y ahora las mesas se extendían casi hasta llegar al perímetro de la plaza. La tienda de la esquina, que todavía sigue vendiendo cerveza a precios módicos, estaba inusualmente vacía, y las cajas de vino no se veían por ningún parte. Pensé que quizás los cambios que habían hecho al mobiliario de la plaza habían desalentado la presencia de sus antiguos ocupantes. Pensé que quizás se había repetido la historia de años atrás, cuando el parque de San Diego, lugar de encuentro de los vecinos del barrio, había sido cambiado tan dramáticamente (tras la apertura del Hotel Santa Clara), que al final ellos desistieron de seguir acudiendo a él. Quizás es que los estudiantes hoy reparten sus ejércitos entre la plazita de San Diego y la Plaza de la Trinidad, donde hoy reproducen las viejas practicas que una vez caracterizaron a la primera. Todavía sigo preguntándome si en efecto es esta una batalla perdida, o si simplemente estoy haciendo una lectura inadecuada de cambios que han ocurrido muy lentamente, y que por circunstancias de mi auto-exilio, solo puedo ver de vez en cuando, como si ocurrieran de la noche a la mañana. No se sí quizás mi lectura sea producto del desanimo que experimento cada vez que acudo a un sitio para encontrarme con que ya no existe, y que ha sido reemplazado por tiendas exclusivas cuyos precios y anuncios en ingles me advierten que no soy bienvenido. Lo cierto es que cada vez que me camino las calles del Centro Histórico no puedo dejar de pensar que estamos perdiendo tantas batallas,y que al final habremos perdido la guerra misma.  

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