La trampa de los marcadores raciales: el asesinato de Vincent Chin


En Agosto del 2011 un rumor recorría las calles del barrio España en Cartagena. Se decía que una casa del sector un hombre mantenía retenidos a un numero indeterminado de perros, y que les sacrificaba para luego llevar su carne a los restaurantes chinos. Alertados por las noticias, defensores de animales, respaldados por la Policía, detectives del desaparecido DAS y una muchedumbre de curiosos, ingresaron ilegalmente a la vivienda. Al interior, encontraron un hombre bastante enojado por el asalto y armado con una varilla, y a una jauría de perros de todos los tamaños, edades y colores. Sin embargo, y contrario a lo que todos pensaban, el hombre no los retenía para matarlos y vender su carne a restaurantes chinos, sino que se había dado a la tarea de recoger a cuanto perro callejero encontraba para brindarles abrigo, comida y cariños infinitos. El supuesto aniquilador de perros resultó siendo un empedernido amante de los caninos. (http://www.eluniversal.com.co/cartagena/local/alboroto-por-%E2%80%98perrera%E2%80%99-en-el-barrio-espana-hallan-56-caninos-encerrados-en-una-casa-)

¿Que les dio a entender a los moradores del sector que este enigmático hombre recogía y secuestraba perros para después sacrificarlos y vender su carne? Una sola cosa: que el hombre era un chino. Inmediatamente, los vecinos asociaron sus características raciales con la presencia inusual de tan numerosos perros, y sin mayores reparos concluyeron que era un matarife al servicio de los restaurantes orientales de la zona. Cierto es que en China el consumo de la carne de perro es tan común y extendido como el consumo de carne de res de este lado del planeta. Lo que los curiosos vecinos no advirtieron es que el hombre, a pesar de sus rasgos físicos, era una colombiano como cualquier otro, si bien sus orígenes familiares se extendieran hasta el lejano oriente. Las personas de origen asiático en las Américas se enfrentan a lo que algunos académicos han denominado como la imagen del extranjero permanente. Sin importar que algunas generaciones hayan nacido y se hayan criado en estos países, siempre, en virtud de los marcadores raciales (entendidos como aquellas características físicas que le permiten a uno identificar a una persona con un origen nacional o pertenencia étnica determinada), se asume que son extranjeros, llevando a todo tipo de malentendidos, como el que tuvo lugar en Cartagena, y que suelen ser felizmente resueltos con una explicación obvia. 

No todos los malentendidos terminan resueltos tan satisfactoriamente. Vincent Chin era un ciudadano estadounidense, originalmente de China, pero que había sido adoptado por una pareja de chinos residenciados en los Estados Unidos, y que le llevaron allá desde que era muy niño. Su vida transcurrió con total normalidad hasta una noche fatídica de 1982. En aquella ocasión, Vincent se encontraba departiendo con un grupo de amigos en un club nocturno, hasta que un hombre comenzó a insultarlo, aludiendo que él y los suyos eran los responsables de la perdida de su trabajo. Lo que aquel hombre quiso dar a entender, y que quizás Vincent no logró comprender al instante, es que gracias a la naciente industria automotriz japonesa, su contraparte estadounidense se había visto obligada a cerrar varias de sus fabricas y a despedir sus trabajadores. Pero Vincent no era japones. Vincent había nacido en China, pero igual había vivido toda su vida como cualquier otro estadounidense. La discusión terminó en una golpiza que al final le costó la vida a Vincent. Sus asesinos no pagaron un solo día de cárcel, lo que desató una gran movilización en la comunidad Asiático-Americana. Para ellos, esto era un crimen de odio motivado por el racismo en contra de su gente. En el fondo, los marcadores raciales que hacen de los americanos de origen asiático los eternos extranjero fueron los que acabaron con su vida. 

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