Y nuestros sueños aún a la deriva


Hace tres años llamábamos la atención con respecto a las aspiraciones inconclusas de los cartageneros, aquellos proyectos urbanos claves para el desarrollo de la ciudad que no habían sido concretados por la ineficiencia y desidia de los mandatarios locales (ver http://tdeesperanza.blogspot.com/2010/12/suenos-la-deriva.html). De todos ellos, solo el Emisario Submarino funciona hoy en día. Por el contrario, el Transcaribe, el traslado y/o renovación del Mercado de Bazurto, los planes para la Loma del Marión y el Cerro de la Popa, la recuperación de caños y lagunas y el plan de manejo de aguas pluviales están aún por ejecutarse. El ultimo en particular, en vez de mejorar, ha empeorado con los años, muy a pesar de las dos o tres obras que han sido realizadas. Décadas atrás, las aguas que caían sobre las partes altas de la ciudad y sus afueras descendían natural y libremente hacia la Ciénaga de la Virgen. Gracias a la ausencia de planificación que caracterizó el crecimiento de Cartagena durante el siglo XX, numerosos asentamientos humanos proliferaron entre los cerros y la Ciénaga. La naturaleza, siempre dispuesta para imponer su voluntad aún por encima de los caprichos de la especie humana, sigue haciendo que las aguas desciendan a su destino natural. El problema es que en su transito inunda a decenas de barrios de la ciudad. 

Mas del 70% de los cartageneros es afectado en mayor o en medida por el problema. Dentro de ellos, la abrumadora mayoría perteneces a los tres primeros estratos. En una ciudad donde la segregación es norma, y donde los proyectos de mejora urbana se concentran en los espacios dispuestos para el goce del turista, es natural que el plan de manejo de aguas pluviales, aquel que debiera darle una solución definitiva al problema, no haya sido concretado a pesar de los potenciales beneficios que vendrían consigo. 

He visto en mi barrio las aguas correr. Apenas puedo imaginar la temporada de lluvias sin aquel caudaloso río en que mi calle se convierte. He visto el agua ingresar a mi casa. He visto a mi madre angustiada encendiendo incienso y rezando a su Dios para espantar la tormenta. En mi brazo derecho aún tengo las cicatrices de una llaga abierta que se abrió en mi piel días después de la primera vez en que la corriente de agua sobrepasó el nivel de la calle e ingresó a mi casa en su imparable transito hacía la Ciénaga de la Virgen.

Durante años los habitantes de mi barrio han intentado persuadir a distintos mandatarios de la ciudad sobre la necesidad de resolver el problema que nos aqueja. Han recurrido, infructuosamente, a todos los medios posibles. Recientemente, optaron por recurrir a las vías de hecho. Hace poco mas de un mes, el alcalde Dionisio Vélez visitó mi barrio con el fin de anunciar la construcción de un parque. Lo que debía ser una visita protocolaría para hacer el lanzamiento de una obra de la cual no se ha colocado ni la primera piedra, se convirtió en una confrontación abierta entre el alcalde y sus conciudadanos, cuando los últimos aparecieron con pancartas exigiendo una solución pronta al problema de las inundaciones. El alcalde Vélez, con la falta de tacto político y carisma que es de esperarse de un joven empresario nacido en cuna de oro, y que una mañana se despertó siendo el alcalde de una ciudad caótica, solo atinó a responder que no había venido al barrio a discutir el asunto de la inundación. Frente a la insistencia de mis vecinos, y frente a su llamado para que se le diera prioridad a sus preocupaciones primordiales, el alcalde Vélez solo atinó a decirles que si tan poca cosa les parecía el parque, pues habría de detener su construcción.


La reacción airada de mis vecinos es natural. En los últimos dos años el problema se ha empeorado. No solo por la desidia de los dirigentes locales, sino por la construcción de un conjuntos de edificios entre mi barrios y los canales que extraen el agua de sus calles. La caudalosa corriente hoy se convirtió en un peligroso torrente que ya le costó la vida a un infortunado taxista que intentó cruzarle, quizás confiado en que tiempo atrás era posible, pero que terminó por ser arrastrado con todo y carro. Pese a los esfuerzos de los vecinos del barrio El Socorro, ellos no pudieron sacarlo de su vehículo hasta que ya era demasiado tarde. Meses después de aquella tragedia no existe una medida concreta para impedir que algo vuelva a suceder una vez las lluvias regresen a la ciudad. Ninguna medida, salvo por una señal de transito que advierte el peligro de la corriente, pero que poco puede hacer para resolver definitivamente el problema.


Nadie sabe con certeza que podemos esperar para el 2014. El curso de los hechos no advierte una mejora significativa. Por lo pronto, los sueños que una vez estuvieron a la deriva en las aguas del Mar Caribe (como los restos del Emisario Submarino), hoy siguen estando a la deriva, pero en las aguas de lluvia que recorren la ciudad, impulsadas por la fuerza imparable de la naturaleza, y animadas por la desidia de la dirigencia cartagenera. 

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