La siempre compleja naturaleza humana



Aterradores crímenes siguen inundando de sangre los titulares de los principales diarios de la ciudad. Los hechos por si solos, siguen dando cuenta de la total impotencia de la administración distrital para controlar la delicada situación de la seguridad pública. Pero más allá de este de escenario, que ha sido el común denominador desde la instalación misma del nuevo gobierno de la ciudad, una situación en particular complejiza cualquier análisis posible sobre el dilema actual: el evidente salvajismo y el carácter colectivo de algunos crímenes. A inicios del mes de octubre y a finales del mismo, dos homicidios se destacaron precisamente por seguir este patrón: el asesinato de un ciudadano español, brutalmente linchado en un barrio popular de la ciudad a manos de algunos de sus habitantes y el asesinato de un joven a manos de sus propios familiares en otro sector de la urbe. Fueron hechos perpetrados de manera colectiva, nunca premeditados y que respondieron a la ira y a las circunstancias del momento. Por tal razón hechos no solamente ponen de presente la inoperancia del gobierno local por detener el avance de las cifras de homicidios en la ciudad, sino también el carácter tan burdo e impredecible del ser humano. En pocas palabras, los crímenes no fueron cometidos por criminales. Fueron perpetrados por sujetos del común, que un día dejaron de ser ciudadanos corrientes para luego convertirse en salvajes homicidas.


Los acontecimientos que tuvieron lugar en Cartagena en el transcurso del pasado de mes, tienen una morbosa semejanza con los pogromos. Este último no es precisamente, un término natural dentro del vocabulario regular de los cartageneros, pero sí que guarda coincidencias con los hechos anteriormente citados. Los pogromos, son linchamientos multitudinarios, espontáneos o no, dirigidos contra una comunidad étnica o religiosa. Históricamente, este término ha servido para calificar actos antisemitas, cargados de una violencia irracional, en contra de los judíos. El ultimo hecho que pudiera gozar del calificativo de pogromo, fueron los disturbios de la ciudad de Ürümqi, la capital de la región autónoma china de Xinjiang, donde Uigures (la comunidad étnica de la región, de origen turquico) y miembros de la etnia Han (la etnia mayoritaria en China) se masacraron entre sí en el curso de una sola semana en julio del 2009. Las imágenes que llegaban de oriente mostraban los cadáveres esparcidos en las calles de la capital, mientras Uigures enfurecidos retaban a duelo a la policía y miembros de la etnia Han marchaban armados con cualquier instrumento letal que encontraban a su paso.


Los pogromos y los linchamientos acaecidos en Cartagena, guardan en común el dilema que antes habíamos sugerido; la naturaleza brutal, irracional y salvaje del ser humano, la capacidad de convertirse en criminales y en genocidas en cuestión de minutos. Creer en la nobleza de la humanidad, se torna complicado cuando la humanidad se agrede y se mutila a sí misma. Estos homicidas de turno no eran criminales consagrados, no eran mercenarios al servicio de un ejército privado, no eran sociópatas desquiciados; eran personas del común que hoy se convirtieron en dignos representantes de la complejidad de la naturaleza humana.

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