Nuestras aulas: "tierra liberada" de violencia de género



Los cabildos indígenas del norte del Cauca utilizan el término "tierra liberada" para designar aquellos lugares que fueron ocupados por la comunidad para evitar que siguieran siendo sobreexplotados por macroproyectos agro-industriales que afectaban el equilibrio ecológico del territorio. En aquella "tierra liberada", los pueblos indígenas han restablecido las formas tradicionales del uso del suelo acorde con los principios de la Madre Tierra. 

La metáfora de la "tierra liberada" es útil para reflexionar sobre cómo podemos intervenir los espacios (físicos y simbólicos) que habitamos, para "liberarlos" de las prácticas cotidianas que afectan su función social. Como profesor universitario no puedo pensar en un espacio más cercano que el aula de clase. Es el espacio que habito junto a mis estudiantes, y en donde disertamos sobre la historia y su quehacer. Quienes acudimos a este espacio provenimos de lugares y experiencias de vida disimiles, y por lo tanto, gozamos de puntos de vista diversos. Dada la circunstancia, suelo advertir desde la primera clase que debemos estar listos para el debate, pero que este debía darse en términos que no afectaran la sana convivencia. Para sellar ese acuerdo, someto a consideración una adenda a nuestro programa académico que reza: 
Esta clase es un lugar seguro creado para el debate y la construcción colectiva del conocimiento crítico. Todas las opiniones son bienvenidas, siempre y cuando afirmen el respeto y la dignidad de todxs. Esta clase es un territorio libre de discriminación de clase, raza, género, o credo. 
A pesar de nuestras diferencias, los miembros de la clase provenimos de un entorno común: una sociedad en donde la violencia, somo recurso para resolver nuestras diferencias, sigue siendo la norma. Nuestras universidades no están al margen de eso. Recientemente, han surgido varios casos  a lo largo del país en donde se evidencia cómo profesores se valen de su  autoridad para acosar sistemáticamente a sus estudiantes. Cualquiera que se haya formado en el seno de una universidad sabe perfectamente que estos casos no son excepcionales, y que por el contrario, el acoso sexual es una práctica cotidiana, permitida, e inclusive, celebrada. En muchos casos, ante la imposibilidad de establecer una relación consentida, algunos profesores acuden al acoso, a la extorsión, o a la violencia física. Es inadmisible que en una institución, cuya función primaria en la generación de conocimiento y del pensamiento crítico, persistan prácticas que reproducen la violencia de género.Ya es bastante difícil lo que nuestras estudiantes (y colegas) deben enfrentar todos los días en las calles, como para que deban encontrar un ambiente hostil en las aulas de las universidades. Y no basta con no incurrir en estas prácticas. Para convertir nuestras aulas en "tierra liberada" es imperativo solidarizarse con las denuncias que rompen las cadenas del silencio. Nos corresponde como educadores hacerle saber a nuestras estudiantes que no están solas y que sí importa, y que nuestras aulas son un lugar seguro donde ellas pueden ejercer total soberanía sobre sus cuerpos. 

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